Las antiguas chimeneas industriales, aún erguidas por motivos estéticos o por desinterés del gremio de la demolición, cuentan con rústicas escaleras de hierro que, ya oxidado, nos llevan hasta la desembocadura donde la combustión solía ponerle un urbano toque de estrés a nuestra idea del paraíso. Estos escalones vertiginosos sí llegan hasta esta cima, pero no nacen en su base, sino a unos 2 metros del piso. Esta decisión, si bien atenta contra la ley de repetición, tiene un fin práctico, viciado de ironía: ningún niño podrá alcanzar el primer escalon, y a ningún adulto le importará alcanzarlo.
Hasta hoy.
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