Primeramente me enojé e insulté a quien utiliza estímulos para lactantes sobre alguien que, por ejemplo, está tratando de ver si le depositaron el aguinaldo. Luego entendí que tal vez esa barra sin certezas tiene más humanidad que muchos de nosotros, y nos está enseñando que si bien no hacemos más que buscar la realización absoluta, alcanzarla es no tener por qué seguir viviendo.
martes, 30 de diciembre de 2008
Barras de progreso falsas
Algunas veces, las barras de progreso no representan el porcentaje de progreso real de la página que está siendo cargada. Simplemente son un placebo, cuadraditos llenando un espacio vacío que al completarlo vuelven a vaciarse y comienzan otra vez hasta que el progreso verdadero -un enigma- dispara la página que esperamos.
Vida o muerte
Hoy me llamaron del banco para ofrecerme por sólo $15.50 por mes un seguro por el cual si yo muero, le dejan a mi familia o persona designada la suma de $20.000. Le dije que no me interesaba, gracias. Y cuando dije eso quise decir lo siguiente:
Tengo una expectativa de vida más larga de lo que mi vida tendría que durar para que esto me resultara un negocio. Y no tengo tantas ganas de hacer un negocio redondo como para adquirir el servicio y correr a suicidarme en tiempo récord. Pecaré de lírico.
Estudios
"Estudios afirman", y todo lo que se diga después tendrá una credibilidad irrevocable. Quizás lo empiece a usar en mi vida.
Vanguardistas de la Felicidad
Aspiraciones. Desde chicos, todos debemos poseerlas. Nos enseñan a volcar nuestras habilidades para tal o cual disciplina en nuestro futuro, forjándolo, forzándolo, hasta conseguir el impagable status social que se pretende. Y en el camino, nos vamos plagando de vicios, como el dinero, el poder, los 3Ds de queso, etc… Para el momento en que nuestra alma está corrompida, ya no hay vuelta atrás. Y no sólo no somos concientes de lo que nos ha ocurrido, sino que nos damos el toupé de marginar, discriminar y casi más escupir en pleno rostro a quienes optaron por mantenerse puros en la vida. También nos permitimos llamarlos de la peor forma: mediocres. Ya que seguramente ni quien les habla, ni quien me lee pertenezca a este selecto racimo social, vamos a echar un ojo objetivo sobre estas personas.
Pregúntese para qué se esfuerza tanto trabajando y cumpliendo con superiores. Si, para llegar a ser, algún día dentro de mucho, quien dé las ordenes y no quien las obedece. ¿Y todo eso para qué? Para sentirnos mejor con nosotros mismos, para ser felices. Bueno, los mediocres, que a partir de ahora llamaremos Vanguardistas de la Felicidad, no necesitan hacer todo eso. No necesitan estos burocráticos trámites en busca de estímulos. Economizan recursos, amortizan vida, son austeros a la hora de gastar energía innecesariamente. Ellos ya econtraron la felicidad, mucho antes que cualquiera de nosotros. Realmente preguntémonos ¿Quiénes son los boludos? La sociedad nos instaura maneras estandarizadas para llegar a la felicidad, que oh casualidad son las que más beneficios les brinda a ella misma. Necio, el hombre. Clásico, necio, recio, apático y colectivo, nunca taxi.
Notará que con frecuencia podemos encontrar Vanguardistas de la Felicidad en los ámbitos que más tienen que ver con la faceta artística de las personas, sea el arte, la música, la literatura, el cine, etc. Y están presentes en éstos ámbitos justamente porque es donde más cómodos se sienten al opinar, ya que todo “es subjetivo” cuando de disciplinas humanísticas se trata. Esto otorga una cómoda impunidad.
También se dará cuenta de que el Vanguardisa es quien habla con frases que intentarán parecer complejas, pero confeccionadas con palabras básicas, por el simple hecho de que no conoce ningún léxico especializado. Veamos algunos ejemplos ilustrativos:
- Usted no hace mas que cultivar conocimientos, para tener derecho a opinión en los asuntos que más le interesan, para tener palabra autorizada. El vanguardista no. Él opina con toda la validez de su mero parecer. Un grande.
Pongamos por ejemplo una exposición de arte impresionista. Usted se habrá molestado en enterarse que es una técnica de pintura en donde suelen presentarse paisajes y escenarios estáticos sin demasiado nivel de detalle, delimitando con colores y no con líneas nítidas. Nuestros comentarios podrían arrimarse al siguiente:
“Podemos apreciar las técnicas de dripping y pincelada yuxtapuesta, utilizando tonalidades verdes y cyanóticas para lograr un contrapunto cielo-pradera”.
De la misma manera, un Vanguardista de la Felicidad, entra al salón, mira a su alrededor, como entendiendo todo, mira las piezas, mientras asiente levemente con la cabeza, y se toma la pera con la mano, entrecerrando los ojos. El Vanguardista puede bien camuflarse entre nosotros. Tiene la habilidad de sentirse uno más, y no porque se lo proponga, sino porque realmente cree que lo es. Podemos reconocerlo, sin embargo, a la hora en que abre la boca. No tanto por el tono, porque el Vanguardista puede adoptar el tono y la modulación de un intelectual. Donde falla es el contenido del mensaje. Y cuando digo “falla”, bien podría decir “acierta”. Disculpen mi prejuicio.
“Se nota que el Señor Autor de la obra, estaba quizás atravesando momentos en los que no veía las cosas con claridad. Si se fijan en la pintura en sí, la notarán mas bien borrosa. Era su intención hacernos percibir eso. Magnífico. Los colores son realmente buenísimos”.
Enseguida busca aprobación del círculo de personas que lo escucharon, y se siente satisfecho por el nivel de elocuencia logrado. Obviamente nadie lo contradice, sólo por tratarse de una persona de más de 20 años. A lo sumo, se producirá un silencio, y hasta algún hipócrita apoyará con un “ahá”, como para llenar el incómodo silencio. Esa misma noche, personas que saben de arte, y Vanguardistas de la Felicidad, regresarán a sus casas. Los primeros estarán algo disgustados por la presencia de mediocres en la exposición, mientras que los segundos, se irán a dormir con la mayor de las alegrías por un día lleno de reconocimiento intelectual. Si de ser felices se trata, ¿quién fue el boludo ese día?
- Sobre literatura: Quien requiera opinión sobre Jorge Luis Borges, por ejemplo, tiene una buena chance de econtrar alguna opinión tal como:
“Borges rompió todo esquema en la literatura, mezclando el cuento y filosofía, la realidad con la fantasía, utilizando tiempos divergentes, confluyentes, congelados, y colocando al hombre dentro de una constante: el laberinto”
A la hora de tomar la opinión de un Vanguardista de la Felicidad, lo notaremos reflexivo en un principio, seguramente pensando en si vió alguna pelicula hecha de alguno de sus libros. No encontrará. Enseguida recordará algún programa en el que se lo haya mencionado. Los medios de la cultura occidental no hacen más que dar herramienas de defensa al Vanguardista.
“Borges. Un genio entre genios. Sus libros son una obra de arte, uno y cada uno de ellos. Y eso que era ciego. No veía nada de nada. Personalmente le tengo una admiración increíble.”
- Sobre música: Una buena chance para analizar el comportamiento de los Vanguardistas más jóvenes. Previsualicemos un recital. Vamos a tomar por ejemplo un recital de U2. El auténtico fan va, y el Vanguardista también. Va porque sí. Nunca se sabe por qué van realmente. Van y punto. Ahí están. Un porcentaje asegurado en cualquier reunión, es el de los Vanguardistas. En fin. Los fans reconocen los temas conocidos apenas al 2do acorde, lanzando un grito de aprobación y emoción por el hit que estan escuchando. Una fracción de segundo después, y por efecto dominó, ahí está la ovación de los Vanguardistas, acoplándose a la ovación del verdadero fan.
Otro asunto es el de acompañar las canciones cantando. El Vanguardista no quiere ser menos fan que el que tiene al lado. Por eso, escucha cantar una letra que desconoce, y trata de reproducirla, una milésima de segundo después y sólo con vocales, que se camuflan entre tanta gente como la auténtica letra.
Por ejemplo. El fan:
“With or without you, with or wiiiithout you oh no. I can liiiiive, with or without you”
Vanguardista de la Felicidad:
“iiii ooo i aaaa uuuuuuu… iii o iiiiiiiiiii aaa uuuu oooooo. I aaaa iiiii. Iiii o iiiii aaaa uuuuu”
Al par de estribillos, ya asimilaron la repetición de vocales, e intentan aventurarse en el difícil mundo de las consonantes. Y así a lo largo de todas las canciones.
Así ven pues. Esta gente, sin más que algún cursillo corto de algo que les interese, del cual se puedan jactar luego como si fuera un auténtico doctorado. Leyendo las tres primeras páginas de un libro de Sidney Sheldon, y abandonándolo porque no tiene dibujos, para ir a mirar el programa de Rial. Ahí los tienen. Están en todos lados. Y son felices. Realmente lo son. Nosotros estamos ahí, trabajando, esforzándonos, con perdón de la expresión, rompiéndonos el culo, para lograr ser alguien, como los grandes, los que dejaron un legado. Pero Cervantes escribió el Quijote, un pilar de la literatura mundial, y murió pobre como cartonero, loco como tu madre, y manco como Scioli. No queremos terminar así. No como Cervantes. No como Scioli. Pero es un riesgo que estamos tomando. Ellos no lo toman, porque no está bueno tomarlo. Es todo más fácil. Y si no trascienden, bueno, al menos se ahorraron un tiempo en vida de amargura, que nunca es poco.
Por eso todos los que no somos mediocres deberíamos, al menos comenzar a respetar al Vanguardismo de la Felicidad, porque si bien nosotros ya estamos perdidos, todavía hay esperanza de que las nuevas generaciones dejen el exigente y sofocante ritmo de la ambición, miren dentro de mucho tiempo las fotos de sus abuelos, y se pregunten mientras toman tereré:
“¿Qué onda esta gente? ¿qué problema tenían?” .
Pregúntese para qué se esfuerza tanto trabajando y cumpliendo con superiores. Si, para llegar a ser, algún día dentro de mucho, quien dé las ordenes y no quien las obedece. ¿Y todo eso para qué? Para sentirnos mejor con nosotros mismos, para ser felices. Bueno, los mediocres, que a partir de ahora llamaremos Vanguardistas de la Felicidad, no necesitan hacer todo eso. No necesitan estos burocráticos trámites en busca de estímulos. Economizan recursos, amortizan vida, son austeros a la hora de gastar energía innecesariamente. Ellos ya econtraron la felicidad, mucho antes que cualquiera de nosotros. Realmente preguntémonos ¿Quiénes son los boludos? La sociedad nos instaura maneras estandarizadas para llegar a la felicidad, que oh casualidad son las que más beneficios les brinda a ella misma. Necio, el hombre. Clásico, necio, recio, apático y colectivo, nunca taxi.
Notará que con frecuencia podemos encontrar Vanguardistas de la Felicidad en los ámbitos que más tienen que ver con la faceta artística de las personas, sea el arte, la música, la literatura, el cine, etc. Y están presentes en éstos ámbitos justamente porque es donde más cómodos se sienten al opinar, ya que todo “es subjetivo” cuando de disciplinas humanísticas se trata. Esto otorga una cómoda impunidad.
También se dará cuenta de que el Vanguardisa es quien habla con frases que intentarán parecer complejas, pero confeccionadas con palabras básicas, por el simple hecho de que no conoce ningún léxico especializado. Veamos algunos ejemplos ilustrativos:
- Usted no hace mas que cultivar conocimientos, para tener derecho a opinión en los asuntos que más le interesan, para tener palabra autorizada. El vanguardista no. Él opina con toda la validez de su mero parecer. Un grande.
Pongamos por ejemplo una exposición de arte impresionista. Usted se habrá molestado en enterarse que es una técnica de pintura en donde suelen presentarse paisajes y escenarios estáticos sin demasiado nivel de detalle, delimitando con colores y no con líneas nítidas. Nuestros comentarios podrían arrimarse al siguiente:
“Podemos apreciar las técnicas de dripping y pincelada yuxtapuesta, utilizando tonalidades verdes y cyanóticas para lograr un contrapunto cielo-pradera”.
De la misma manera, un Vanguardista de la Felicidad, entra al salón, mira a su alrededor, como entendiendo todo, mira las piezas, mientras asiente levemente con la cabeza, y se toma la pera con la mano, entrecerrando los ojos. El Vanguardista puede bien camuflarse entre nosotros. Tiene la habilidad de sentirse uno más, y no porque se lo proponga, sino porque realmente cree que lo es. Podemos reconocerlo, sin embargo, a la hora en que abre la boca. No tanto por el tono, porque el Vanguardista puede adoptar el tono y la modulación de un intelectual. Donde falla es el contenido del mensaje. Y cuando digo “falla”, bien podría decir “acierta”. Disculpen mi prejuicio.
“Se nota que el Señor Autor de la obra, estaba quizás atravesando momentos en los que no veía las cosas con claridad. Si se fijan en la pintura en sí, la notarán mas bien borrosa. Era su intención hacernos percibir eso. Magnífico. Los colores son realmente buenísimos”.
Enseguida busca aprobación del círculo de personas que lo escucharon, y se siente satisfecho por el nivel de elocuencia logrado. Obviamente nadie lo contradice, sólo por tratarse de una persona de más de 20 años. A lo sumo, se producirá un silencio, y hasta algún hipócrita apoyará con un “ahá”, como para llenar el incómodo silencio. Esa misma noche, personas que saben de arte, y Vanguardistas de la Felicidad, regresarán a sus casas. Los primeros estarán algo disgustados por la presencia de mediocres en la exposición, mientras que los segundos, se irán a dormir con la mayor de las alegrías por un día lleno de reconocimiento intelectual. Si de ser felices se trata, ¿quién fue el boludo ese día?
- Sobre literatura: Quien requiera opinión sobre Jorge Luis Borges, por ejemplo, tiene una buena chance de econtrar alguna opinión tal como:
“Borges rompió todo esquema en la literatura, mezclando el cuento y filosofía, la realidad con la fantasía, utilizando tiempos divergentes, confluyentes, congelados, y colocando al hombre dentro de una constante: el laberinto”
A la hora de tomar la opinión de un Vanguardista de la Felicidad, lo notaremos reflexivo en un principio, seguramente pensando en si vió alguna pelicula hecha de alguno de sus libros. No encontrará. Enseguida recordará algún programa en el que se lo haya mencionado. Los medios de la cultura occidental no hacen más que dar herramienas de defensa al Vanguardista.
“Borges. Un genio entre genios. Sus libros son una obra de arte, uno y cada uno de ellos. Y eso que era ciego. No veía nada de nada. Personalmente le tengo una admiración increíble.”
- Sobre música: Una buena chance para analizar el comportamiento de los Vanguardistas más jóvenes. Previsualicemos un recital. Vamos a tomar por ejemplo un recital de U2. El auténtico fan va, y el Vanguardista también. Va porque sí. Nunca se sabe por qué van realmente. Van y punto. Ahí están. Un porcentaje asegurado en cualquier reunión, es el de los Vanguardistas. En fin. Los fans reconocen los temas conocidos apenas al 2do acorde, lanzando un grito de aprobación y emoción por el hit que estan escuchando. Una fracción de segundo después, y por efecto dominó, ahí está la ovación de los Vanguardistas, acoplándose a la ovación del verdadero fan.
Otro asunto es el de acompañar las canciones cantando. El Vanguardista no quiere ser menos fan que el que tiene al lado. Por eso, escucha cantar una letra que desconoce, y trata de reproducirla, una milésima de segundo después y sólo con vocales, que se camuflan entre tanta gente como la auténtica letra.
Por ejemplo. El fan:
“With or without you, with or wiiiithout you oh no. I can liiiiive, with or without you”
Vanguardista de la Felicidad:
“iiii ooo i aaaa uuuuuuu… iii o iiiiiiiiiii aaa uuuu oooooo. I aaaa iiiii. Iiii o iiiii aaaa uuuuu”
Al par de estribillos, ya asimilaron la repetición de vocales, e intentan aventurarse en el difícil mundo de las consonantes. Y así a lo largo de todas las canciones.
Así ven pues. Esta gente, sin más que algún cursillo corto de algo que les interese, del cual se puedan jactar luego como si fuera un auténtico doctorado. Leyendo las tres primeras páginas de un libro de Sidney Sheldon, y abandonándolo porque no tiene dibujos, para ir a mirar el programa de Rial. Ahí los tienen. Están en todos lados. Y son felices. Realmente lo son. Nosotros estamos ahí, trabajando, esforzándonos, con perdón de la expresión, rompiéndonos el culo, para lograr ser alguien, como los grandes, los que dejaron un legado. Pero Cervantes escribió el Quijote, un pilar de la literatura mundial, y murió pobre como cartonero, loco como tu madre, y manco como Scioli. No queremos terminar así. No como Cervantes. No como Scioli. Pero es un riesgo que estamos tomando. Ellos no lo toman, porque no está bueno tomarlo. Es todo más fácil. Y si no trascienden, bueno, al menos se ahorraron un tiempo en vida de amargura, que nunca es poco.
Por eso todos los que no somos mediocres deberíamos, al menos comenzar a respetar al Vanguardismo de la Felicidad, porque si bien nosotros ya estamos perdidos, todavía hay esperanza de que las nuevas generaciones dejen el exigente y sofocante ritmo de la ambición, miren dentro de mucho tiempo las fotos de sus abuelos, y se pregunten mientras toman tereré:
“¿Qué onda esta gente? ¿qué problema tenían?” .
La inercia convecional
El hombre es realmente fantástico. Nunca contento con el hecho de simplemente existir, intentamos lograr la inmortalidad a través de nuestro trabajo. Y no hablo de la inmortalidad como concepto vago, sino que queremos que la gente mire nuestro trabajo 1400 años después de nuestra muerte y comenten en voz alta “che, menos mal que existía este tipo hace mil años. Qué sería de nuestra civilización y nuestras costumbres si no hubiera sido por él”. Sí. Así de grandilocuentes somos. Sabemos que la idea está, y que tiene que ir madurando hasta que caiga, y cambie la vida de todos. Está adentro nuestro. Sí. Ya va a salir. Ya sale. La grandísima mayoría de nosotros morimos sin que la gran idea salga. Hasta algunos dicen que la llamada “muerte natural”, se produce cuando alguien trata de sacar la idea de un tirón, y, fatalmente equivocados, sacan el alma. Pero no nos pongamos esotéricos por favor. Hablemos en tono científico. Cuando de logros se trata, la gente tiene un especial agrado por los muertos. Uno, muerto, adquiere un upgrade que consta de un licuado de nostalgia, lástima y respeto, trago difícilmente tomado en vida. Cuando un hombre insoportable muere, todos lo recuerdan como “un pobre tipo”, y no como “ese pelotudo”. A la “puta de mierda” se la recuerda como “una mujer que no tuvo una vida color de rosa”. Al “pintor loco de mierda” se lo termina llamando “Vincent Van Gogh” y se le compran los cuadros por millones de dólares. Al harapiento organista que tocaba en la iglesia y cuyas partituras se usaban para envolver pescado, hoy se lo llama “Johann Sebastian Bach” y sus obras son interpretadas por las filarmónicas mejor vestidas. Con los hombres que sí marcan la historia –verán- pasa algo singular: Se magnifíca su vida, su obra cotiza más, y se inventan historias. Uno es morboso. A uno le gusta escuchar esos secretitos que los muertos se llevaron a la tumba. Uno común es el de la homosexualidad. Nos gusta, por algún motivo, descubrir que la gente era homosexual. San Martín era puto, dicen. Sabemos, a ciencia cierta, que San Martín, no cruzó los Andes montado en su caballo, sino que lo hizo enfermo, y en una camilla. Creo yo, que alguno, desilusionado, habrá comentado por lo bajo “qué puto”. Si bien es obvio que la expresión no ponía en el banquillo la sexualidad del prócer, nos gustaría pensar que sí. Y como a los muertos les cuesta tanto saltar a defenderse, simplemente se empieza a comentar. Fíjense que nunca se comenta que Freddy Mercury en verdad era hetero. La muerte hace que todo sea más superficialmente solemne, y más visceralmente retorcido. Hay mercados enteros esperando la muerte de ciertos personajes para lucrar de ello, y para empezar a vender libros, dvds, biografías no autorizadas, subastar trajes. Lo del pobre Papa Juan Pablo II es un ejemplo increíble. El mismísimo Vaticano sacó una película de su vida antes de que la misma finalizara. Una agencia de noticias lo anunció muerto, para obtener la primicia. Aún me puedo imaginar al vocero que decidió dar la noticia: “Ma sí..... yo me mando, si me sale bien, voy a ser el hombre que dio la primicia”. Y ahí volvemos a nuestro tema inicial, el “quiero ser recordado como el que...”.
Todos sabemos quiénes son los responsables de los hechos más importante del los últimos 100 años. Con el pasar del tiempo esos hechos serán historias, esas historias cuentos y esos cuentos leyendas. Llegamos a un punto de que, gracias a alguien, hoy hacemos cosas que no sabemos ni por qué las hacemos. La leyenda hace un salto jerárquico y se transforma en costumbre. Cosas que todos hacemos todos los días, sin chistar, sin preguntar por qué, ni quién lo hizo, ni discutir sobre la sexualidad errática de esa persona. Son simplemente convenciones. Ese es el término que se les dio, así tan gratuitamente. “Convención” es la manera políticamente correcta de decir “porque sí”. Nadie le busca una explicación a las convenciones, justamente por serlo.
Vamos a desmenuzar un poco este alcaucil hojaldrado con el titanio más pesado, que se trata de la cultura. Lo haremos convirtiéndonos en niños de 5 años y preguntándonos “¿por qué?” sin respondernos “Porque sí”.
Algunas de las convenciones más pintorescas:
Las Comidas
Son 4: desayuno, almuerzo, merienda y cena.
Sinceramente debe haber una razón para pensar que ingerir alimentos 4 veces al día nos resutará más sano. Pero eso lleva a un hombre a situaciones de indecisión existencial como “son las 11.50 y tengo hambre”. Este hombre realmente tiene un problema. No sabe cómo se llamará su comida. “¿Desayuno, o almuerzo? Dios mío que alguien me socorra”. Generalmente se buscan aliados para lograr un mutuo acuerdo entre el nombre de la comida que se llevará acabo, ya que lo hace en un horario tan border. Y a partir de ahí, lo que vamos a comer en sí. Si es el desayuno, deberán ser tostadas, galletitas, mermelada, manteca, dulce de leche, leche, mate, té, café. Si es almuerzo, puede ser milanesa, ensalada, asado, pastas, tarta, pizza, gaseosa, jugo, agua, vino, cerveza. Si bien el abanico es amplio, es limitado si echamos un ojo global sobre la comida.
El orden de pensamiento y acción del hombre niño sería una cosa así:
1- Piensa “Tengo hambre” o “Quiero comer”
2- Piensa “¿Qué quiero comer?”
3- Come
El orden de pensamiento y acción de hombre convencional para comer es:
1- Se pregunta “¿Qué hora es?”
2- Se pregunta “¿Hora de qué comida es?”
3- Acude a otros para decidir, o deja pasar tiempo para “estar en hora”
4- Una vez definido el horario y nombre de la comida, se piensa en qué alimentos, dentro de esa clasificación, son los disponibles
5- Selecciona
6- Come
Realmente no tengo mucho en contra de esta convención. Yo mismo la respeto y practico. Pero me extraña muchísimo que quien la haya ideado haya omitido el hambre y los antojos, o los haya puesto en un segundo plano, cuando de comer se trata. Seguramente esa persona se dio cuenta de su error, y por eso se mantuvo en el anonimato. Fuera quien haya sido, me contaron que era gay.
El Psicólogo
Cuando de encontrar la felicidad se trata, vale todo. Así y todo, tengo que admitir que tengo algunas dudas. No con la efectividad de los tratamientos psicológicos, sino con la figura del psicólogo en la sociedad. Durante gran parte de la historia, la Iglesia fue tantísimo más importante e influyente que hoy. Por eso, cuando cualquiera cometía algún “pecadillo”, enseguida uno iba al confesorio a enjuagar el alma mediante una charla con un señor que se dispone a permanecer callado, oscilar su mano frente a nuestra cabeza, murmurando unas palabras, darnos una penitencia simbólica, y dejándonos ir en nombre de Dios. Esa tranquilidad de la que nos proveía, pasada de moda la Iglesia, no se hace sentir más. Y ahí se necesitó una persona –alguien- a quien sentarlo y contarle sobre nosotros. Y ese alguien se hizo presente, no sólo para escuchar. Y la gente evidentemente se comenzó a sentir mejor. Se empezó a sentir tan bien la gente, que alguien dijo “Che, por esto hay que cobrar”.
No tuve el gusto de ir al psicólogo, pero constantemente consulto a quienes sí, para lograr un fundamento de sus actividades. Ante la pregunta “¿Qué te dice?” generalmente responden “Digo todo yo”. Enseguida el contraataque “Y si decís todo vos ¿Para qué vas?”, a lo que generalmente dicen “Porque me hace dar cuenta de las cosas”.
Personalmente, creo que el hombre globalizado tiene poca capacidad de monólogo interno. Uno se trata como a su propia ama de casa después de los 20 años de casado. Los pensamientos no superan el “che, hay que hacer tal cosa”, hasta el “acordate que hoy hay que ir acá y allá”. Y sí, uno inevitablemente un día se encuentra mal. Y necesitamos tener fé en que se puede estar mejor. Fé de la tangible. La misma fé que le tenemos a un chapista cuando chocamos el auto es la que le tenemos a un psicólogo cuando nos llevamos a terapia. ¿Cómo es entonces que uno termina haciendo el trabajo del psicólogo, hablando todo uno mismo y pagándole a él?. Creo que tengo la explicación. La psicología, se ha encargado de instaurar una percepción: los locos hablan solos. Inmediatamente las personas dejamos de hablar solas, para no caer en la locura. Y tanto es así que hasta nos tratamos de manera distante en nuestros monólogos internos. Ahí es donde nos sentimos mal con nosotros mismos, eso nos hace meditar sobre si estamos locos por estar mal, y eso nos lleva al psicólogo. Por ilógico que suene, el psicólogo es el hombre al que nos hablamos. Es ese ente indiferente, ajeno a nuestra familia, amistades, que no se alarma por escuchar todo lo que tenemos que decir. Uno está hablando solo, pero hay un hombre ahí al que le estamos pagando para que nosotros no seamos locos por ello. Y eso se siente bien. ¿Y si uno realmente no quiere hablar? Bueno, uno habla igual, porque el silencio es incómodo cuando sí hay alguien y porque a este hombre para algo se le paga. Y uno está tan atento a que no lo estén estafando, que enseguida se empieza a sentir mejor, como para amortizar el gasto. Por eso hay tanta gente haciendo alarde de ello “estoy haciendo terapia y la verdad es que estoy muchísimo mejor”, “desde que estoy con mi psicólogo, hice un progreso increíble”. Necesitan saber que están haciendo un buen negocio pagando por un psicólogo, y somos tan avaros que somos felices otra vez. Pero como dije: si de encontrar la felicidad se trata, vale todo.
Todos sabemos quiénes son los responsables de los hechos más importante del los últimos 100 años. Con el pasar del tiempo esos hechos serán historias, esas historias cuentos y esos cuentos leyendas. Llegamos a un punto de que, gracias a alguien, hoy hacemos cosas que no sabemos ni por qué las hacemos. La leyenda hace un salto jerárquico y se transforma en costumbre. Cosas que todos hacemos todos los días, sin chistar, sin preguntar por qué, ni quién lo hizo, ni discutir sobre la sexualidad errática de esa persona. Son simplemente convenciones. Ese es el término que se les dio, así tan gratuitamente. “Convención” es la manera políticamente correcta de decir “porque sí”. Nadie le busca una explicación a las convenciones, justamente por serlo.
Vamos a desmenuzar un poco este alcaucil hojaldrado con el titanio más pesado, que se trata de la cultura. Lo haremos convirtiéndonos en niños de 5 años y preguntándonos “¿por qué?” sin respondernos “Porque sí”.
Algunas de las convenciones más pintorescas:
Las Comidas
Son 4: desayuno, almuerzo, merienda y cena.
Sinceramente debe haber una razón para pensar que ingerir alimentos 4 veces al día nos resutará más sano. Pero eso lleva a un hombre a situaciones de indecisión existencial como “son las 11.50 y tengo hambre”. Este hombre realmente tiene un problema. No sabe cómo se llamará su comida. “¿Desayuno, o almuerzo? Dios mío que alguien me socorra”. Generalmente se buscan aliados para lograr un mutuo acuerdo entre el nombre de la comida que se llevará acabo, ya que lo hace en un horario tan border. Y a partir de ahí, lo que vamos a comer en sí. Si es el desayuno, deberán ser tostadas, galletitas, mermelada, manteca, dulce de leche, leche, mate, té, café. Si es almuerzo, puede ser milanesa, ensalada, asado, pastas, tarta, pizza, gaseosa, jugo, agua, vino, cerveza. Si bien el abanico es amplio, es limitado si echamos un ojo global sobre la comida.
El orden de pensamiento y acción del hombre niño sería una cosa así:
1- Piensa “Tengo hambre” o “Quiero comer”
2- Piensa “¿Qué quiero comer?”
3- Come
El orden de pensamiento y acción de hombre convencional para comer es:
1- Se pregunta “¿Qué hora es?”
2- Se pregunta “¿Hora de qué comida es?”
3- Acude a otros para decidir, o deja pasar tiempo para “estar en hora”
4- Una vez definido el horario y nombre de la comida, se piensa en qué alimentos, dentro de esa clasificación, son los disponibles
5- Selecciona
6- Come
Realmente no tengo mucho en contra de esta convención. Yo mismo la respeto y practico. Pero me extraña muchísimo que quien la haya ideado haya omitido el hambre y los antojos, o los haya puesto en un segundo plano, cuando de comer se trata. Seguramente esa persona se dio cuenta de su error, y por eso se mantuvo en el anonimato. Fuera quien haya sido, me contaron que era gay.
El Psicólogo
Cuando de encontrar la felicidad se trata, vale todo. Así y todo, tengo que admitir que tengo algunas dudas. No con la efectividad de los tratamientos psicológicos, sino con la figura del psicólogo en la sociedad. Durante gran parte de la historia, la Iglesia fue tantísimo más importante e influyente que hoy. Por eso, cuando cualquiera cometía algún “pecadillo”, enseguida uno iba al confesorio a enjuagar el alma mediante una charla con un señor que se dispone a permanecer callado, oscilar su mano frente a nuestra cabeza, murmurando unas palabras, darnos una penitencia simbólica, y dejándonos ir en nombre de Dios. Esa tranquilidad de la que nos proveía, pasada de moda la Iglesia, no se hace sentir más. Y ahí se necesitó una persona –alguien- a quien sentarlo y contarle sobre nosotros. Y ese alguien se hizo presente, no sólo para escuchar. Y la gente evidentemente se comenzó a sentir mejor. Se empezó a sentir tan bien la gente, que alguien dijo “Che, por esto hay que cobrar”.
No tuve el gusto de ir al psicólogo, pero constantemente consulto a quienes sí, para lograr un fundamento de sus actividades. Ante la pregunta “¿Qué te dice?” generalmente responden “Digo todo yo”. Enseguida el contraataque “Y si decís todo vos ¿Para qué vas?”, a lo que generalmente dicen “Porque me hace dar cuenta de las cosas”.
Personalmente, creo que el hombre globalizado tiene poca capacidad de monólogo interno. Uno se trata como a su propia ama de casa después de los 20 años de casado. Los pensamientos no superan el “che, hay que hacer tal cosa”, hasta el “acordate que hoy hay que ir acá y allá”. Y sí, uno inevitablemente un día se encuentra mal. Y necesitamos tener fé en que se puede estar mejor. Fé de la tangible. La misma fé que le tenemos a un chapista cuando chocamos el auto es la que le tenemos a un psicólogo cuando nos llevamos a terapia. ¿Cómo es entonces que uno termina haciendo el trabajo del psicólogo, hablando todo uno mismo y pagándole a él?. Creo que tengo la explicación. La psicología, se ha encargado de instaurar una percepción: los locos hablan solos. Inmediatamente las personas dejamos de hablar solas, para no caer en la locura. Y tanto es así que hasta nos tratamos de manera distante en nuestros monólogos internos. Ahí es donde nos sentimos mal con nosotros mismos, eso nos hace meditar sobre si estamos locos por estar mal, y eso nos lleva al psicólogo. Por ilógico que suene, el psicólogo es el hombre al que nos hablamos. Es ese ente indiferente, ajeno a nuestra familia, amistades, que no se alarma por escuchar todo lo que tenemos que decir. Uno está hablando solo, pero hay un hombre ahí al que le estamos pagando para que nosotros no seamos locos por ello. Y eso se siente bien. ¿Y si uno realmente no quiere hablar? Bueno, uno habla igual, porque el silencio es incómodo cuando sí hay alguien y porque a este hombre para algo se le paga. Y uno está tan atento a que no lo estén estafando, que enseguida se empieza a sentir mejor, como para amortizar el gasto. Por eso hay tanta gente haciendo alarde de ello “estoy haciendo terapia y la verdad es que estoy muchísimo mejor”, “desde que estoy con mi psicólogo, hice un progreso increíble”. Necesitan saber que están haciendo un buen negocio pagando por un psicólogo, y somos tan avaros que somos felices otra vez. Pero como dije: si de encontrar la felicidad se trata, vale todo.
La idea de Oreste
El gran maestro Pelotóteles recibió al jóven Oreste en su salón, lugar legendario por ser donde miles de manuscritos habían sido escritos, magma de la cultura griega. Aún meditabundo, el sofista no se percató de la presencia del discípulo en el cuarto. Oreste se inquietó por esto, y atinó a presentarse para hacerse notar.
- Oh, gran maestro Pelotóteles, soy Oreste, hijo de Salzazarón, descendiente de Olindo el grande, conocido de Alan Faena. Oh gran maestro. Oh.
El maestro seguía inmerso en pensamientos cósmicos, razonando aún el funcionamiento del universo y el sentido de la vida. Oreste no quiso interrumpir este momento, sino que lo aprovechó para observar y aprender, tomándose la osadía de intentar deducir qué pasaba por la sabia y todovidente mente del maestro. ¡Cuán intensamente profundo puede ser el poder de pensamiento de este sabio! Oreste comprendió que había sido bendecido, y que encontrarse en esa habitación presenciando esa increíble abstracción erudita, era una chance única en la vida, un pasaje a un mar de cognición. El joven decidió evocar su espíritu y sus sentidos hacia su ultrarrefelxivo maestro durante las siguientes cinco horas. Transcurrido el tiempo, y aún admirado, Oreste observó a su maestro levantar lentamente su cabeza. Lo miró por primera vez a los ojos, cosa que ruborizó al discípulo, que se sentía descomunalmente halagado de ser lo primero que el gran maestro ve luego de una sesión de pensamiento de semejante calibre. Pelotóteles, extendió sus brazos hacia arriba, con una fuerza que llegaba al temblor, formando dos lineas paralelas direccionadas hacia el cielo, como invocando a los dioses, quienes seguramente habían tomado parte en sus majestuosos pensamientos. Oreste notó, que este movimiento se parecía a nuestro terrenal movimiento cuando nos desperezamos. Se sintió inmediatamente arrepentido por su insurrecto pensamiento, y esperó que el sabio no lo lograra notar con su divina percepción. El maestro lo miró nuevamente. Oreste ya se sentía realizado con lo que había vivido, pero el maestro, volviólo a bendecir hablándole
- Me quedé dormido. ¿Hace mucho estás?
El joven mantuvo silencio durante unos segundos.
- No, recién llego – Mintió.
- Bueno – hizo una reverencia con la mano, cediéndole la palabra. El jóven sabía que éste era el único momento para presentar sus ideas al arrugado sabio.- Oh Maestro. Oh gran Pelotóteles. Heme aquí para manifestar mis pensamientos, con ténue pero firme esperanza de que la sabiduría haya iluminado mi alma.
- ¡Jorgeeee! – gritó el sabio, mirándo hacia la derecha. Entre cortinas pesadas, se hizo paso un mozo. – Traéme un cortado en jarrito. ¿Vos querés algo? – preguntó volviéndose hacia el joven.
- No, le agradezco mucho, oh generoso maestro – Se ruborizó Oreste. El mozo se retiró caminando hacia atrás, haciéndo constantes reverencias.
- Bueno, dale… A ver ¿Qué tenés? – inquirió Pelotóteles. Ante el tono apurado del sabio, Oreste no se anduvo con rodeos.
- He notado, desde mi plebeya visión de la Polis, que con frecuencia tenemos problemas a la hora de cargar líquido, oh maestro. Y creo tener una solución para este problema. Creo que podemos suplantar las clásicas vasijas de guano. No estoy diciendo que nuestro pueblo haya estado equivocado al beber agua de recipientes moldeados con excremento de murciélago durante milenios, simplemente creo que podemos tener una nueva opción – Oreste se emocionó, y comenzó a hablar con entusiasmo y vehemencia. El maestro frunció levemente el seño – Oh maestro, he creado un recipiente que puede contener cualquier líquido, y cuya ventaja radica en que cuenta con un alargamiento en la parte superior, que termina en un agujero, a modo de pico circular. La he nombrado “botella”, justamente por su abotellada forma. Con esta “botella” – Oreste expuso los dedos índice y mayor de cada mano, moviéndolos repetitivamente, para ilustrar las comillas – habrá mucho menos desperdicio de líquido, ya que no tenemos las grandes e inestables bocas de las vasijas de guano. Habrá agua para toda la Polis.
El maestro miró fríamente a Oreste durante algunos segundos, luego miró hacia la derecha y gritó
- ¿Dónde mierda está mi cortado? – Al cabo de 3 segundos interminables, el mozo apareció con el cortado y algunas masitas secas, y lo dejó junto a la silla del sabio, sobre una pintoresca mesa traída de Panatinaikos, regalo de su ahijada, que estudiaba filosofía en la UPA (Universidad de Panatinaikos). Sorbió sonoramente el cortado, y se dirigió al jóven otra vez. – Me parece que no te iluminó Jesús.
- Pero oh gran maestro, Jesus no nacerá hasta dentro de…
- ¡Silencio! Irrespetuoso hijo de una furcia. – Se enardeció. Intentó serenarse, y ser paciente con el necio discípulo. – Continuá. Terminá de una vez.
- Bueno, - retomó el muchacho, intentando pasar por alto el comentario de su madre – también se me ocurrió que esta “botella” – ilustró las comillas otra vez – podría tener una tapa, que tendrá una doble función. Primero, no permitirá que el líquido se derrame, mediante un cerraje hermético. Ni siquiera dando vuelta el recipiente. Segunda, que esta tapa, cubrirá al pico. De ésta manera, nuestros labios nunca harán contacto con un pico manoseado por algún plebeyo roñoso, alguna manada de jabalíes, o el hijo de Palópulos, que siempre se anda tocando el prepucio.
- Qué bárbaro – Respondió enérgicamente el sabio. Oreste no pudo contener la sonrisa.
- ¿En serio? Oh gran maestro. Sabía que su sabiduría iba a avalar mis pensamientos.
- No no, digo qué barbaro que sos vos. Sos un bárbaro. Rajá de acá. Ni siquiera sé quién sos, me venís a hablar boludeces.
- Soy Oreste, hijo de Salzazarón, descendiente de Olindo el grande, conocido de Roca y Cherneasky. – El sabio rompió en carcajadas. Oreste se indignó, intentando manetener la neutralidad en su cara.
- ¿Oreste? Dejate de joder. ¿Qué es ese nombre? Dejate de joder…
- Pero estamos en Grecia. Acá, mi nombre es perfectamen..
- ¡Silencio, hijo de varias golfas y un hombre confundido! ¡A mí no me vas a venir a hacer la mayéutica.
- Me parece que mi idea no merece esta clase de calificativos, oh maestro- En ese mismo momento, Oreste supo que, cómo diríamos 2.500 años después, “había meado fuera del tarro”.
- ¡Jorgeee! – Se apuró a gritar Pelotóteles, alterado. El mozo se hizo presente una vez más. Trató de serenarse por última vez - Traele una cicuta al joven. Y la cuentita, por favor.
- Oh, gran maestro Pelotóteles, soy Oreste, hijo de Salzazarón, descendiente de Olindo el grande, conocido de Alan Faena. Oh gran maestro. Oh.
El maestro seguía inmerso en pensamientos cósmicos, razonando aún el funcionamiento del universo y el sentido de la vida. Oreste no quiso interrumpir este momento, sino que lo aprovechó para observar y aprender, tomándose la osadía de intentar deducir qué pasaba por la sabia y todovidente mente del maestro. ¡Cuán intensamente profundo puede ser el poder de pensamiento de este sabio! Oreste comprendió que había sido bendecido, y que encontrarse en esa habitación presenciando esa increíble abstracción erudita, era una chance única en la vida, un pasaje a un mar de cognición. El joven decidió evocar su espíritu y sus sentidos hacia su ultrarrefelxivo maestro durante las siguientes cinco horas. Transcurrido el tiempo, y aún admirado, Oreste observó a su maestro levantar lentamente su cabeza. Lo miró por primera vez a los ojos, cosa que ruborizó al discípulo, que se sentía descomunalmente halagado de ser lo primero que el gran maestro ve luego de una sesión de pensamiento de semejante calibre. Pelotóteles, extendió sus brazos hacia arriba, con una fuerza que llegaba al temblor, formando dos lineas paralelas direccionadas hacia el cielo, como invocando a los dioses, quienes seguramente habían tomado parte en sus majestuosos pensamientos. Oreste notó, que este movimiento se parecía a nuestro terrenal movimiento cuando nos desperezamos. Se sintió inmediatamente arrepentido por su insurrecto pensamiento, y esperó que el sabio no lo lograra notar con su divina percepción. El maestro lo miró nuevamente. Oreste ya se sentía realizado con lo que había vivido, pero el maestro, volviólo a bendecir hablándole
- Me quedé dormido. ¿Hace mucho estás?
El joven mantuvo silencio durante unos segundos.
- No, recién llego – Mintió.
- Bueno – hizo una reverencia con la mano, cediéndole la palabra. El jóven sabía que éste era el único momento para presentar sus ideas al arrugado sabio.- Oh Maestro. Oh gran Pelotóteles. Heme aquí para manifestar mis pensamientos, con ténue pero firme esperanza de que la sabiduría haya iluminado mi alma.
- ¡Jorgeeee! – gritó el sabio, mirándo hacia la derecha. Entre cortinas pesadas, se hizo paso un mozo. – Traéme un cortado en jarrito. ¿Vos querés algo? – preguntó volviéndose hacia el joven.
- No, le agradezco mucho, oh generoso maestro – Se ruborizó Oreste. El mozo se retiró caminando hacia atrás, haciéndo constantes reverencias.
- Bueno, dale… A ver ¿Qué tenés? – inquirió Pelotóteles. Ante el tono apurado del sabio, Oreste no se anduvo con rodeos.
- He notado, desde mi plebeya visión de la Polis, que con frecuencia tenemos problemas a la hora de cargar líquido, oh maestro. Y creo tener una solución para este problema. Creo que podemos suplantar las clásicas vasijas de guano. No estoy diciendo que nuestro pueblo haya estado equivocado al beber agua de recipientes moldeados con excremento de murciélago durante milenios, simplemente creo que podemos tener una nueva opción – Oreste se emocionó, y comenzó a hablar con entusiasmo y vehemencia. El maestro frunció levemente el seño – Oh maestro, he creado un recipiente que puede contener cualquier líquido, y cuya ventaja radica en que cuenta con un alargamiento en la parte superior, que termina en un agujero, a modo de pico circular. La he nombrado “botella”, justamente por su abotellada forma. Con esta “botella” – Oreste expuso los dedos índice y mayor de cada mano, moviéndolos repetitivamente, para ilustrar las comillas – habrá mucho menos desperdicio de líquido, ya que no tenemos las grandes e inestables bocas de las vasijas de guano. Habrá agua para toda la Polis.
El maestro miró fríamente a Oreste durante algunos segundos, luego miró hacia la derecha y gritó
- ¿Dónde mierda está mi cortado? – Al cabo de 3 segundos interminables, el mozo apareció con el cortado y algunas masitas secas, y lo dejó junto a la silla del sabio, sobre una pintoresca mesa traída de Panatinaikos, regalo de su ahijada, que estudiaba filosofía en la UPA (Universidad de Panatinaikos). Sorbió sonoramente el cortado, y se dirigió al jóven otra vez. – Me parece que no te iluminó Jesús.
- Pero oh gran maestro, Jesus no nacerá hasta dentro de…
- ¡Silencio! Irrespetuoso hijo de una furcia. – Se enardeció. Intentó serenarse, y ser paciente con el necio discípulo. – Continuá. Terminá de una vez.
- Bueno, - retomó el muchacho, intentando pasar por alto el comentario de su madre – también se me ocurrió que esta “botella” – ilustró las comillas otra vez – podría tener una tapa, que tendrá una doble función. Primero, no permitirá que el líquido se derrame, mediante un cerraje hermético. Ni siquiera dando vuelta el recipiente. Segunda, que esta tapa, cubrirá al pico. De ésta manera, nuestros labios nunca harán contacto con un pico manoseado por algún plebeyo roñoso, alguna manada de jabalíes, o el hijo de Palópulos, que siempre se anda tocando el prepucio.
- Qué bárbaro – Respondió enérgicamente el sabio. Oreste no pudo contener la sonrisa.
- ¿En serio? Oh gran maestro. Sabía que su sabiduría iba a avalar mis pensamientos.
- No no, digo qué barbaro que sos vos. Sos un bárbaro. Rajá de acá. Ni siquiera sé quién sos, me venís a hablar boludeces.
- Soy Oreste, hijo de Salzazarón, descendiente de Olindo el grande, conocido de Roca y Cherneasky. – El sabio rompió en carcajadas. Oreste se indignó, intentando manetener la neutralidad en su cara.
- ¿Oreste? Dejate de joder. ¿Qué es ese nombre? Dejate de joder…
- Pero estamos en Grecia. Acá, mi nombre es perfectamen..
- ¡Silencio, hijo de varias golfas y un hombre confundido! ¡A mí no me vas a venir a hacer la mayéutica.
- Me parece que mi idea no merece esta clase de calificativos, oh maestro- En ese mismo momento, Oreste supo que, cómo diríamos 2.500 años después, “había meado fuera del tarro”.
- ¡Jorgeee! – Se apuró a gritar Pelotóteles, alterado. El mozo se hizo presente una vez más. Trató de serenarse por última vez - Traele una cicuta al joven. Y la cuentita, por favor.
Charlie
Todos los que integramos el pelotón 302, también conocido como “Los jaguaretés de brooklin”, “los neckless reckless”, o por algunos pocos como “los pizza-pizza boys”, recordamos aquel episodio. Como todo norteamericano sabrá, en la guerra de Vietnam, se usaban nombres código para los enemigos. Por ejemplo, los Woogaseieieiekie, ejército de norviednamitas, eran llamados “Peter”. “Thomas” era el nombre que le dimos a los Kioskoatu, sanguinaria escuadrilla fluvial que tenía la dañina tradición de atacar en kayaks de una persona equipados con metralletas, cosa extremadamente difícil a la hora de remar y disparar simultáneamente. Debido a esto, generalmente terminaban haciendo actos de kamikaze involuntarios.
También, debido a la diversidad de los grupos, y subgrupos, a veces era propicio y necesario apellidarlos, para su mejor identificación y organización de un adecuado método para erradicarlos. Por ejemplo, estaban los Yakitzumatosikei ala norte y los Yakitzumatosikei ala sur. Los primeros contaban con morteros, granadas y tanques antiaereos, mientras los segundos se equipaban con espadas de esgrima, macanas y diversas armas blancas. Inclusive llegamos a ver a muchos de ellos corriendo hacia nosotros, gritando, moviendo frenéticamente en el aire cortaplumas victorinox con todos sus usos abiertos, y con clara intención de hacernos daño. Es por eso que no podíamos ponerles sólo un nombre a los Yakitzumatosikei, y empezaron a ser “Arthur y Mary Ann Phillipson”.
No era raro encontrarse atrincherado y escuchar el grito de “el escribano Terence Duncan, su mujer Emily van a hacer una fiesta. Y parece que invitaron a Jessica Kensington”. Clara señal de que estabamos en problemas.
Algunas veces, cuando atacaban los Tsetmutzotei ala sudsudoeste, anunciaban “se aproxima el Doctor James E. Oldingale”, y mientras todos cargábamos nuestras M-16, algunos heridos distraídos, salían felices de la trinchera, sosteniendo trozos piernas en sus manos , o viceversa -según el caso-, al grito de “¿Qué hay de nuevo doc?”. Una milésima de segundo después, sus cuerpos ya mutilados eran embalsamados con plomo vitnamita. Aún hoy podemos apreciar sus caras de sorpresa en el “Rhode Island Musseum”, donde estas obras fueron transladadas.
Ustedes se preguntarán por qué les cambiabamos los nombres. Para responderles, la MNEU (Militar Nicknames Explanation Union) elaboró una serie de fundamentos más que convincentes. Me gustaría compartir con ustedes algunos de los que, a mi juicio, son los más elocuentes:
1. Memorizar los nombres de las brigadas vietnamitas lleva tiempo. Es preferible que ese tiempo sea utilizado para correr, brincar muros y arrojar pedazos de melón en cestos de basura distantes, a modo de práctica para el lanzamiento de granadas.
2. El tiempo que tarda un soldado americano en enunciar un nombre cantonés, es el mismo que tarda una ráfaga de 34 balas de uzi en ingresar en su cabeza. En cambio, en elucidar un nombre bisílabo en inglés, el mismo soldado recibiría solamente 9 balas.
3. Al decir nombres en cantonés, se corre peligro de que el soldado finalmente adquiera la fonética vietnamita, y sea confundido con el enemigo. O lo que es peor, podría empezar un diálogo con vietnamitas, y darse cuenta de que en realidad ellos tienen razón, que USA queda lejísimos y Vietnam no tiene por qué pertenecerles. Preferimos que el sodado average siga sin comprenderlos y que los vietcongs sean esos freaks que hablan raro y tengo que matar.
4. Porque ponerles a los vietamitas nombres de americanos es so fucking hilarious.
Así y todo, el pelotón 302 tenía un claro enemigo. Y ellos eran los “Charlie”, el ejército vietnamita más sanguinario. Todos teníamos nuestros oídos adiestrados, y cada vez que escuchabamos “Charlie”, una gota fría recorría nuestra espalda. Esto representó quizás un problema para el cabo Charles W. Mainslyn, el rookie de la brigada. Afortunadamente, y desde el principio de la guerra, todos lo llamábamos simplemente “Hey”. Un joven desalineado pero obediente, que en sus ratos libres solía escribir cartas a su difunta abuelita en , Greenbow, Alabama. Era más bien introvertido, pero obendiente, repito. Siempre dispuesto a enmendar las costuras de los paracaídas. Rara vez se lo veía masturbándose. Un buen chico. Poco a poco, tuvo ocasión de salvarle la vida a un soldado de su mismo rango, al cual un vietnamita le estaba apuntando en la cabeza, a punto de darle el tiro de gracia, cuando “Hey” lo interceptó y lo amenazó para que no lo hiciese. “Yut Mi” respondio el vietnamita, lo que significa “No me hagas nada, estaba jugándole una broma pesada a tu amigo. Si me dejas ir, prometo hablar con mi general y terminar de una vez por todas con esta guerra. Y quédense con Vietnam. Al fin y al cabo ni lo queríamos, pero somos orientales engreídos y hacía mucho que no ibamos a una guerra como en los viejos tiempos. Si me permites, tengo aquí mismo una espada samurai que me gustaría obsequiarte…”. En ese momento, Charles le disparó en la cabeza. Primero porque sentía miedo, y segundo porque pensó que el vietnamita le decía “Shoot me”, y sentía genuino miedo de desobedecerlo. Era un soldado obediente, insisto. Así fue como John Somerset Gerkins quedó agradecidísimo con Charles. Empezaron a tener charlas entre batalla y batalla, y descubrieron que tenían varios gustos en común. Eran amigos. Amigos en la peor circunstancia, ya que era un momento muy tenso y estabamos cerca del ataque de Charlie. Solían quedarse haciendo la guarda a la noche, y se turnaban para dormir. Una noche tranquila, Charles estaba haciendo la guardia, y a John le tocaba dormir. Pero decidió buscar su petaca de licor The Great American, para conservar el calor en esa noche tan fría. Sorbió de ella, y extendió su brazo, ofreciéndola a Charles, que estaba haciendo guardia aún despertándose, y algo distraído. “hey, Charlie” le dijo John. Charles, al escuchar “Charlie” levantó la cabeza bruscamente, y le disparó en el estómago a John, que cayó al piso retorciéndose del dolor. Charles se dio cuenta de su error, y asistió a su amigo al instante. John lo miraba con ojos vidriosos, cuando la sangre empezaba a brotarle de la boca.
- Oh John ¿qué he hecho? Sigue respirando. Sólo respira.
John respondió entrecortada y comprensivamente:
- Estaré bien, Charlie.
Charles desenfundó rápidamente su revolver y le disparó nuevamente a John, esta vez en la cabeza. Había escuchado “Charlie” otra vez.
- ¿John? No me hagas esto.. no te vayas. Sigue respirando. Sigue respirando.
Pero sabía que John estaba muerto. Particularmente porque había visto alguna parte de su craneo volar y caer junto a las raciones del día siguiente. “Hay que tener cuidado que nadie las confunda”, pensó en su interior. Pero en realidad, tenía una congoja de la que nunca se podría recuperar.
Una vez terminada la guerra Charles fue enjuiciado por la muerte de John. Plantearon que el culpable fuera el ejército por la terminología enseñada. También se culpó a los padres de Charles, Red y Rose Mainslyn, unos granjeros de Oklahoma que declararon que “los granos de avena son pequeños y nutritivos, y el sésamo no corresponde a la tapa de hamburguesa, realmente”. Ellos fueron absueltos. Un silencio se produjo cuando el acusado principal se sentó para la interrogación. Iba a ser una de las sesiones penales más complicadas de la historia del ejército norteamericano.
- Sí, yo lo maté. Pero yo le había salvado la vida antes.
- Ah. Inocente, entonces. – martilló el juez, mientras sostenía una botella de jerez en la mano que le sobraba.
También, debido a la diversidad de los grupos, y subgrupos, a veces era propicio y necesario apellidarlos, para su mejor identificación y organización de un adecuado método para erradicarlos. Por ejemplo, estaban los Yakitzumatosikei ala norte y los Yakitzumatosikei ala sur. Los primeros contaban con morteros, granadas y tanques antiaereos, mientras los segundos se equipaban con espadas de esgrima, macanas y diversas armas blancas. Inclusive llegamos a ver a muchos de ellos corriendo hacia nosotros, gritando, moviendo frenéticamente en el aire cortaplumas victorinox con todos sus usos abiertos, y con clara intención de hacernos daño. Es por eso que no podíamos ponerles sólo un nombre a los Yakitzumatosikei, y empezaron a ser “Arthur y Mary Ann Phillipson”.
No era raro encontrarse atrincherado y escuchar el grito de “el escribano Terence Duncan, su mujer Emily van a hacer una fiesta. Y parece que invitaron a Jessica Kensington”. Clara señal de que estabamos en problemas.
Algunas veces, cuando atacaban los Tsetmutzotei ala sudsudoeste, anunciaban “se aproxima el Doctor James E. Oldingale”, y mientras todos cargábamos nuestras M-16, algunos heridos distraídos, salían felices de la trinchera, sosteniendo trozos piernas en sus manos , o viceversa -según el caso-, al grito de “¿Qué hay de nuevo doc?”. Una milésima de segundo después, sus cuerpos ya mutilados eran embalsamados con plomo vitnamita. Aún hoy podemos apreciar sus caras de sorpresa en el “Rhode Island Musseum”, donde estas obras fueron transladadas.
Ustedes se preguntarán por qué les cambiabamos los nombres. Para responderles, la MNEU (Militar Nicknames Explanation Union) elaboró una serie de fundamentos más que convincentes. Me gustaría compartir con ustedes algunos de los que, a mi juicio, son los más elocuentes:
1. Memorizar los nombres de las brigadas vietnamitas lleva tiempo. Es preferible que ese tiempo sea utilizado para correr, brincar muros y arrojar pedazos de melón en cestos de basura distantes, a modo de práctica para el lanzamiento de granadas.
2. El tiempo que tarda un soldado americano en enunciar un nombre cantonés, es el mismo que tarda una ráfaga de 34 balas de uzi en ingresar en su cabeza. En cambio, en elucidar un nombre bisílabo en inglés, el mismo soldado recibiría solamente 9 balas.
3. Al decir nombres en cantonés, se corre peligro de que el soldado finalmente adquiera la fonética vietnamita, y sea confundido con el enemigo. O lo que es peor, podría empezar un diálogo con vietnamitas, y darse cuenta de que en realidad ellos tienen razón, que USA queda lejísimos y Vietnam no tiene por qué pertenecerles. Preferimos que el sodado average siga sin comprenderlos y que los vietcongs sean esos freaks que hablan raro y tengo que matar.
4. Porque ponerles a los vietamitas nombres de americanos es so fucking hilarious.
Así y todo, el pelotón 302 tenía un claro enemigo. Y ellos eran los “Charlie”, el ejército vietnamita más sanguinario. Todos teníamos nuestros oídos adiestrados, y cada vez que escuchabamos “Charlie”, una gota fría recorría nuestra espalda. Esto representó quizás un problema para el cabo Charles W. Mainslyn, el rookie de la brigada. Afortunadamente, y desde el principio de la guerra, todos lo llamábamos simplemente “Hey”. Un joven desalineado pero obediente, que en sus ratos libres solía escribir cartas a su difunta abuelita en , Greenbow, Alabama. Era más bien introvertido, pero obendiente, repito. Siempre dispuesto a enmendar las costuras de los paracaídas. Rara vez se lo veía masturbándose. Un buen chico. Poco a poco, tuvo ocasión de salvarle la vida a un soldado de su mismo rango, al cual un vietnamita le estaba apuntando en la cabeza, a punto de darle el tiro de gracia, cuando “Hey” lo interceptó y lo amenazó para que no lo hiciese. “Yut Mi” respondio el vietnamita, lo que significa “No me hagas nada, estaba jugándole una broma pesada a tu amigo. Si me dejas ir, prometo hablar con mi general y terminar de una vez por todas con esta guerra. Y quédense con Vietnam. Al fin y al cabo ni lo queríamos, pero somos orientales engreídos y hacía mucho que no ibamos a una guerra como en los viejos tiempos. Si me permites, tengo aquí mismo una espada samurai que me gustaría obsequiarte…”. En ese momento, Charles le disparó en la cabeza. Primero porque sentía miedo, y segundo porque pensó que el vietnamita le decía “Shoot me”, y sentía genuino miedo de desobedecerlo. Era un soldado obediente, insisto. Así fue como John Somerset Gerkins quedó agradecidísimo con Charles. Empezaron a tener charlas entre batalla y batalla, y descubrieron que tenían varios gustos en común. Eran amigos. Amigos en la peor circunstancia, ya que era un momento muy tenso y estabamos cerca del ataque de Charlie. Solían quedarse haciendo la guarda a la noche, y se turnaban para dormir. Una noche tranquila, Charles estaba haciendo la guardia, y a John le tocaba dormir. Pero decidió buscar su petaca de licor The Great American, para conservar el calor en esa noche tan fría. Sorbió de ella, y extendió su brazo, ofreciéndola a Charles, que estaba haciendo guardia aún despertándose, y algo distraído. “hey, Charlie” le dijo John. Charles, al escuchar “Charlie” levantó la cabeza bruscamente, y le disparó en el estómago a John, que cayó al piso retorciéndose del dolor. Charles se dio cuenta de su error, y asistió a su amigo al instante. John lo miraba con ojos vidriosos, cuando la sangre empezaba a brotarle de la boca.
- Oh John ¿qué he hecho? Sigue respirando. Sólo respira.
John respondió entrecortada y comprensivamente:
- Estaré bien, Charlie.
Charles desenfundó rápidamente su revolver y le disparó nuevamente a John, esta vez en la cabeza. Había escuchado “Charlie” otra vez.
- ¿John? No me hagas esto.. no te vayas. Sigue respirando. Sigue respirando.
Pero sabía que John estaba muerto. Particularmente porque había visto alguna parte de su craneo volar y caer junto a las raciones del día siguiente. “Hay que tener cuidado que nadie las confunda”, pensó en su interior. Pero en realidad, tenía una congoja de la que nunca se podría recuperar.
Una vez terminada la guerra Charles fue enjuiciado por la muerte de John. Plantearon que el culpable fuera el ejército por la terminología enseñada. También se culpó a los padres de Charles, Red y Rose Mainslyn, unos granjeros de Oklahoma que declararon que “los granos de avena son pequeños y nutritivos, y el sésamo no corresponde a la tapa de hamburguesa, realmente”. Ellos fueron absueltos. Un silencio se produjo cuando el acusado principal se sentó para la interrogación. Iba a ser una de las sesiones penales más complicadas de la historia del ejército norteamericano.
- Sí, yo lo maté. Pero yo le había salvado la vida antes.
- Ah. Inocente, entonces. – martilló el juez, mientras sostenía una botella de jerez en la mano que le sobraba.
Secretos y alegrías de un inadvertido móvil pop
Muchos somos los que acostumbramos trasladarnos en transportes públicos, escenario de tantos acontecimientos socio-psicológicos de nuestra particular fauna porteña. Siendo viajar una actividad tan desprovista de méritos y heroísmo, uno tiene la posibilidad de avocarse, por inercia, a un sinfín de actividades que convierten al chabacano “bondi” en un camuflado centro cultural rodante. Este comité ha desarrollado una investigación basada en métodos empíricos. La misma, llamada secretos y alegrías de un inadvertido móvil pop, arroja las siguientes conclusiones:
Cinco grupos aderezan nuestra estadía en el panlactalforme receptáculo móvil.
1- El Reinado de la Ambigüedad
Hasta los ojos de la mente menos brillante podrán notar la inamovible presencia de un señor de camisa celeste, ubicado en el ángulo izquierdo frontal. No derramaríamos grandilocuencia al reconocer que la carencia de este individuo, anularía el resto de las actividades, ya que en el eventual caso de su falta u omisión, el resto del grupo de pertenencia quedaría innegablemente intransportado. Éste hombre es uno de los pocos –sino el único- que permanece en el colectivo durante todo el trayecto. En rarísimas ocasiones se baja, aprovechando alguna luz roja, a proveerse de insumos a un kiosko, generando un sentimiento de vértigo y acefalía en todos los tripulantes, quienes, llenos de incertidumbre, reparten miradas intranquilas en busca de una respuesta que no se hace presente hasta el retorno del rey.
Tiene varias características que lo diferencian ventajosamente de los demás: es el único que posee silla con suspensión, con vista a la ventana grande. También es el único que realmente se siente lo suficientemente cómodo como para calar algún nombre propio en los espejos superiores, el escudo de su club de fútbol y alguna foto de un objeto preciado –que hasta a veces del mismísimo colectivo-. Lo que lo termina de coronar es su exclusivo acceso al tablero de comandos desde el cual dirige actividades de suma importancia. Así y todo, también hay que considerar que este señor es la única persona que no esta yendo ni volviendo de sus responsabilidades, sino que el ir y venir es su responsabilidad. Esto lo hace rey y esclavo, y el colectivero se sentirá bien o mal de acuerdo al optimismo de su percepción, según vea “un bondi mitad lleno, o un bondi mitad vacío”.
Siendo el primer personaje inalterable en cantidad, el resto se verá afectado por variables blandas como ser: línea de colectivo, día y horario del viaje, circuito a desplazarse por, condiciones climáticas, régimen de gobierno, y tantísimas otras. Esto nos prohíbe generar cifras que describan o aproximen la generalidad de estos comportamientos.
2- Lo indescifrable detrás de una mirada perdida
Hay un hecho: la condición de pasajero, no demanda más que el importe del boleto. Una vez abonado, uno se siente invitado simplemente a existir, sin otra exigencia. Léase: no hacer nada. Pero detrás de no hacer nada, hay una gran fábrica de cognición, que maneja conceptos de lo más variados.
Veremos una fachada en común, y es la de un hombre o mujer colgado. Pero en su interior ésta persona podrá estar: replanteándose la evolución humana desde un punto de vista antidarwineano, planeando las actividades a realizar durante el resto del día (ida), sacando el balance de dichas actividades (vuelta), echando agudas miradas a culos bien torneados y añorándolos (hombres), mirando culos bien torneados y envidiándolos (mujeres). Hasta algunos audaces de politemáticas mentes, pueden realizar varias o hasta todas estas actividades en distintos momentos del viaje, quizá hasta intercalándolas con intervalos somnolientos.
Sólo el protagonista de dichos pensamientos tiene la respuesta al enigma detrás de lo indescifrable detrás de una mirada perdida.
3- La percepción del singular fenómeno capítulo-parada
Sucede que, habiendo cesado la persecución ideológica, nadie prohíbe el ingreso de material de lectura al transporte. Esto es aprovechado redondamente por muchos privilegiados que no sufren de la famosa “migraña por lectura en movimiento”, fenómeno acaso magnificado por la presencia del malicioso adoquín.
El material en cuestión es por demás generoso: desde El Ingenioso Hidalgo de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes hasta Súper Chistes 3, de Pepe Muleiro. También encontramos a quienes, por gusto u obligación, se avocan a leer y subrayar –a veces únicamente subrayar- pilones de fotocopias de variable espesor, con clara intención de estudio.
También sucede que, sea cual fuere el objeto de lectura, nuestro sentido visual se avoca por completo al mismo, quedando no disponible para alertarnos cuando llegamos a destino. Ante este evidente conflicto, desarrollamos un arma lúdica: el capítulo-parada. Esto consta en generar un patrón de relación cuasi constante entre la cantidad de material leído y la distancia recorrida. Los más escépticos y racionalistas buscarían fórmulas matemáticas para justificar el fenómeno. Si bien algo nos dice que tenemos que bajar, es de nuestro agrado suponer que no hay tales fórmulas, y que el fenómeno se rige por leyes desconocidas y está viciado de azar. Allá ellos.
4- Mi colectivo
Radio, walkman, discman, minidisc, reproductor de mp3, i pod. Nos sobran herramientas para que la música nos acompañe en nuestro trayecto. Pero esa música siempre fluye por el parlante más egoísta: el auricular. Ese elemento, que sugiere singularidad por donde se lo mire, es todo menos colectivo. Un par de adminículos que detienen la corriente en el mar de las relaciones interpersonales con una tácita y violenta declaración: “no me vengas a hablar porque no te voy a escuchar”. Ni quien porta los auriculares podrá tomar la iniciativa verbal, dada la dificultad que implica establecer un volumen adecuado de habla, situación que generalmente desemboca en el abrupto gritoalpedo.
Quienes carecen de sentido comunista, con frecuencia gustan de ufanarse haciendo alarde de su privilegiada situación mediante movimientos de mímica y/o baile, que resaltan a grosso modo su membresía a un club – no club. Esto ocurre dado que el escuchar música los hace parte de un grupo del que no podrán formar parte, justamente porque están escuchando música.
5- Mesías del asfalto
¿Qué tienen en común una medivacha Cocot, un expirado chocolate Hamlet, unas pilas Durahcel, un paquete de sahumerios, un set de biromes de colores, un portadocumento único, un triple y una tijera cortatodo? Sí, el origen chino. Pero no sólo eso. Hay una persona. Hay un envíado. No contento con no pagar, es el único que pretende descender con un saldo positivo, y para ello hace lo que nadie. Este hombre se para ante la ahora audiencia involuntaria y hace algo que únicamente él, en carácter de personaje que entra y sale de nuestras vidas sin alterarlas, puede hacer: habla a todos. Sí. Este análogo Almirante Irizar, rompe el más sólido de los hielos: el silencio colectivo, esa mezcla de consabida y cómoda indiferencia. Ésta irrupción catapulta preguntas a manantiales, tales como ¿Quíen es este hombre? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Dónde consigue lo que me ofrece? ¿Para quién trabaja? ¿Realizará aportes jubilatorios? ¿Qué onda?
Que todos nos preguntamos es tan cierto como que nadie nunca le pregunta nada. Cualquier auto-respuesta no sobreviviría ante el más naive de los análisis. Un ser que con una predisposición inusual a la charla, del que nos preguntamos cosas y del que nunca las sabremos. Sabemos a ciencia cierta, únicamente aquello que podemos comprobar con simplemente observarlo, que no es poco. Es capaz de engolar su voz hasta la caricatura, de atar una media al caño en el techo, estirarla y clavarle una aguja al tiempo que recita sus cualidades. Todo esto, mientras lucha contra las aceleraciones y desaceleraciones del móvil en cuestión. Lo que le falta en dentadura, le sobra en equilibrio. Un experto en su materia. El único y breve momento sincero que tiene, es en el que no nos habla, para tener una hermética conversación con El Rey, que a veces se limita a contestar sólo con asentimientos y negaciones con la cabeza. Dios sabe qué será el contenido de esos comentarios. Nunca lo sabremos. Probablemente sea lo mejor.
Cinco grupos aderezan nuestra estadía en el panlactalforme receptáculo móvil.
1- El Reinado de la Ambigüedad
Hasta los ojos de la mente menos brillante podrán notar la inamovible presencia de un señor de camisa celeste, ubicado en el ángulo izquierdo frontal. No derramaríamos grandilocuencia al reconocer que la carencia de este individuo, anularía el resto de las actividades, ya que en el eventual caso de su falta u omisión, el resto del grupo de pertenencia quedaría innegablemente intransportado. Éste hombre es uno de los pocos –sino el único- que permanece en el colectivo durante todo el trayecto. En rarísimas ocasiones se baja, aprovechando alguna luz roja, a proveerse de insumos a un kiosko, generando un sentimiento de vértigo y acefalía en todos los tripulantes, quienes, llenos de incertidumbre, reparten miradas intranquilas en busca de una respuesta que no se hace presente hasta el retorno del rey.
Tiene varias características que lo diferencian ventajosamente de los demás: es el único que posee silla con suspensión, con vista a la ventana grande. También es el único que realmente se siente lo suficientemente cómodo como para calar algún nombre propio en los espejos superiores, el escudo de su club de fútbol y alguna foto de un objeto preciado –que hasta a veces del mismísimo colectivo-. Lo que lo termina de coronar es su exclusivo acceso al tablero de comandos desde el cual dirige actividades de suma importancia. Así y todo, también hay que considerar que este señor es la única persona que no esta yendo ni volviendo de sus responsabilidades, sino que el ir y venir es su responsabilidad. Esto lo hace rey y esclavo, y el colectivero se sentirá bien o mal de acuerdo al optimismo de su percepción, según vea “un bondi mitad lleno, o un bondi mitad vacío”.
Siendo el primer personaje inalterable en cantidad, el resto se verá afectado por variables blandas como ser: línea de colectivo, día y horario del viaje, circuito a desplazarse por, condiciones climáticas, régimen de gobierno, y tantísimas otras. Esto nos prohíbe generar cifras que describan o aproximen la generalidad de estos comportamientos.
2- Lo indescifrable detrás de una mirada perdida
Hay un hecho: la condición de pasajero, no demanda más que el importe del boleto. Una vez abonado, uno se siente invitado simplemente a existir, sin otra exigencia. Léase: no hacer nada. Pero detrás de no hacer nada, hay una gran fábrica de cognición, que maneja conceptos de lo más variados.
Veremos una fachada en común, y es la de un hombre o mujer colgado. Pero en su interior ésta persona podrá estar: replanteándose la evolución humana desde un punto de vista antidarwineano, planeando las actividades a realizar durante el resto del día (ida), sacando el balance de dichas actividades (vuelta), echando agudas miradas a culos bien torneados y añorándolos (hombres), mirando culos bien torneados y envidiándolos (mujeres). Hasta algunos audaces de politemáticas mentes, pueden realizar varias o hasta todas estas actividades en distintos momentos del viaje, quizá hasta intercalándolas con intervalos somnolientos.
Sólo el protagonista de dichos pensamientos tiene la respuesta al enigma detrás de lo indescifrable detrás de una mirada perdida.
3- La percepción del singular fenómeno capítulo-parada
Sucede que, habiendo cesado la persecución ideológica, nadie prohíbe el ingreso de material de lectura al transporte. Esto es aprovechado redondamente por muchos privilegiados que no sufren de la famosa “migraña por lectura en movimiento”, fenómeno acaso magnificado por la presencia del malicioso adoquín.
El material en cuestión es por demás generoso: desde El Ingenioso Hidalgo de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes hasta Súper Chistes 3, de Pepe Muleiro. También encontramos a quienes, por gusto u obligación, se avocan a leer y subrayar –a veces únicamente subrayar- pilones de fotocopias de variable espesor, con clara intención de estudio.
También sucede que, sea cual fuere el objeto de lectura, nuestro sentido visual se avoca por completo al mismo, quedando no disponible para alertarnos cuando llegamos a destino. Ante este evidente conflicto, desarrollamos un arma lúdica: el capítulo-parada. Esto consta en generar un patrón de relación cuasi constante entre la cantidad de material leído y la distancia recorrida. Los más escépticos y racionalistas buscarían fórmulas matemáticas para justificar el fenómeno. Si bien algo nos dice que tenemos que bajar, es de nuestro agrado suponer que no hay tales fórmulas, y que el fenómeno se rige por leyes desconocidas y está viciado de azar. Allá ellos.
4- Mi colectivo
Radio, walkman, discman, minidisc, reproductor de mp3, i pod. Nos sobran herramientas para que la música nos acompañe en nuestro trayecto. Pero esa música siempre fluye por el parlante más egoísta: el auricular. Ese elemento, que sugiere singularidad por donde se lo mire, es todo menos colectivo. Un par de adminículos que detienen la corriente en el mar de las relaciones interpersonales con una tácita y violenta declaración: “no me vengas a hablar porque no te voy a escuchar”. Ni quien porta los auriculares podrá tomar la iniciativa verbal, dada la dificultad que implica establecer un volumen adecuado de habla, situación que generalmente desemboca en el abrupto gritoalpedo.
Quienes carecen de sentido comunista, con frecuencia gustan de ufanarse haciendo alarde de su privilegiada situación mediante movimientos de mímica y/o baile, que resaltan a grosso modo su membresía a un club – no club. Esto ocurre dado que el escuchar música los hace parte de un grupo del que no podrán formar parte, justamente porque están escuchando música.
5- Mesías del asfalto
¿Qué tienen en común una medivacha Cocot, un expirado chocolate Hamlet, unas pilas Durahcel, un paquete de sahumerios, un set de biromes de colores, un portadocumento único, un triple y una tijera cortatodo? Sí, el origen chino. Pero no sólo eso. Hay una persona. Hay un envíado. No contento con no pagar, es el único que pretende descender con un saldo positivo, y para ello hace lo que nadie. Este hombre se para ante la ahora audiencia involuntaria y hace algo que únicamente él, en carácter de personaje que entra y sale de nuestras vidas sin alterarlas, puede hacer: habla a todos. Sí. Este análogo Almirante Irizar, rompe el más sólido de los hielos: el silencio colectivo, esa mezcla de consabida y cómoda indiferencia. Ésta irrupción catapulta preguntas a manantiales, tales como ¿Quíen es este hombre? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Dónde consigue lo que me ofrece? ¿Para quién trabaja? ¿Realizará aportes jubilatorios? ¿Qué onda?
Que todos nos preguntamos es tan cierto como que nadie nunca le pregunta nada. Cualquier auto-respuesta no sobreviviría ante el más naive de los análisis. Un ser que con una predisposición inusual a la charla, del que nos preguntamos cosas y del que nunca las sabremos. Sabemos a ciencia cierta, únicamente aquello que podemos comprobar con simplemente observarlo, que no es poco. Es capaz de engolar su voz hasta la caricatura, de atar una media al caño en el techo, estirarla y clavarle una aguja al tiempo que recita sus cualidades. Todo esto, mientras lucha contra las aceleraciones y desaceleraciones del móvil en cuestión. Lo que le falta en dentadura, le sobra en equilibrio. Un experto en su materia. El único y breve momento sincero que tiene, es en el que no nos habla, para tener una hermética conversación con El Rey, que a veces se limita a contestar sólo con asentimientos y negaciones con la cabeza. Dios sabe qué será el contenido de esos comentarios. Nunca lo sabremos. Probablemente sea lo mejor.
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