El gran maestro Pelotóteles recibió al jóven Oreste en su salón, lugar legendario por ser donde miles de manuscritos habían sido escritos, magma de la cultura griega. Aún meditabundo, el sofista no se percató de la presencia del discípulo en el cuarto. Oreste se inquietó por esto, y atinó a presentarse para hacerse notar.
- Oh, gran maestro Pelotóteles, soy Oreste, hijo de Salzazarón, descendiente de Olindo el grande, conocido de Alan Faena. Oh gran maestro. Oh.
El maestro seguía inmerso en pensamientos cósmicos, razonando aún el funcionamiento del universo y el sentido de la vida. Oreste no quiso interrumpir este momento, sino que lo aprovechó para observar y aprender, tomándose la osadía de intentar deducir qué pasaba por la sabia y todovidente mente del maestro. ¡Cuán intensamente profundo puede ser el poder de pensamiento de este sabio! Oreste comprendió que había sido bendecido, y que encontrarse en esa habitación presenciando esa increíble abstracción erudita, era una chance única en la vida, un pasaje a un mar de cognición. El joven decidió evocar su espíritu y sus sentidos hacia su ultrarrefelxivo maestro durante las siguientes cinco horas. Transcurrido el tiempo, y aún admirado, Oreste observó a su maestro levantar lentamente su cabeza. Lo miró por primera vez a los ojos, cosa que ruborizó al discípulo, que se sentía descomunalmente halagado de ser lo primero que el gran maestro ve luego de una sesión de pensamiento de semejante calibre. Pelotóteles, extendió sus brazos hacia arriba, con una fuerza que llegaba al temblor, formando dos lineas paralelas direccionadas hacia el cielo, como invocando a los dioses, quienes seguramente habían tomado parte en sus majestuosos pensamientos. Oreste notó, que este movimiento se parecía a nuestro terrenal movimiento cuando nos desperezamos. Se sintió inmediatamente arrepentido por su insurrecto pensamiento, y esperó que el sabio no lo lograra notar con su divina percepción. El maestro lo miró nuevamente. Oreste ya se sentía realizado con lo que había vivido, pero el maestro, volviólo a bendecir hablándole
- Me quedé dormido. ¿Hace mucho estás?
El joven mantuvo silencio durante unos segundos.
- No, recién llego – Mintió.
- Bueno – hizo una reverencia con la mano, cediéndole la palabra. El jóven sabía que éste era el único momento para presentar sus ideas al arrugado sabio.- Oh Maestro. Oh gran Pelotóteles. Heme aquí para manifestar mis pensamientos, con ténue pero firme esperanza de que la sabiduría haya iluminado mi alma.
- ¡Jorgeeee! – gritó el sabio, mirándo hacia la derecha. Entre cortinas pesadas, se hizo paso un mozo. – Traéme un cortado en jarrito. ¿Vos querés algo? – preguntó volviéndose hacia el joven.
- No, le agradezco mucho, oh generoso maestro – Se ruborizó Oreste. El mozo se retiró caminando hacia atrás, haciéndo constantes reverencias.
- Bueno, dale… A ver ¿Qué tenés? – inquirió Pelotóteles. Ante el tono apurado del sabio, Oreste no se anduvo con rodeos.
- He notado, desde mi plebeya visión de la Polis, que con frecuencia tenemos problemas a la hora de cargar líquido, oh maestro. Y creo tener una solución para este problema. Creo que podemos suplantar las clásicas vasijas de guano. No estoy diciendo que nuestro pueblo haya estado equivocado al beber agua de recipientes moldeados con excremento de murciélago durante milenios, simplemente creo que podemos tener una nueva opción – Oreste se emocionó, y comenzó a hablar con entusiasmo y vehemencia. El maestro frunció levemente el seño – Oh maestro, he creado un recipiente que puede contener cualquier líquido, y cuya ventaja radica en que cuenta con un alargamiento en la parte superior, que termina en un agujero, a modo de pico circular. La he nombrado “botella”, justamente por su abotellada forma. Con esta “botella” – Oreste expuso los dedos índice y mayor de cada mano, moviéndolos repetitivamente, para ilustrar las comillas – habrá mucho menos desperdicio de líquido, ya que no tenemos las grandes e inestables bocas de las vasijas de guano. Habrá agua para toda la Polis.
El maestro miró fríamente a Oreste durante algunos segundos, luego miró hacia la derecha y gritó
- ¿Dónde mierda está mi cortado? – Al cabo de 3 segundos interminables, el mozo apareció con el cortado y algunas masitas secas, y lo dejó junto a la silla del sabio, sobre una pintoresca mesa traída de Panatinaikos, regalo de su ahijada, que estudiaba filosofía en la UPA (Universidad de Panatinaikos). Sorbió sonoramente el cortado, y se dirigió al jóven otra vez. – Me parece que no te iluminó Jesús.
- Pero oh gran maestro, Jesus no nacerá hasta dentro de…
- ¡Silencio! Irrespetuoso hijo de una furcia. – Se enardeció. Intentó serenarse, y ser paciente con el necio discípulo. – Continuá. Terminá de una vez.
- Bueno, - retomó el muchacho, intentando pasar por alto el comentario de su madre – también se me ocurrió que esta “botella” – ilustró las comillas otra vez – podría tener una tapa, que tendrá una doble función. Primero, no permitirá que el líquido se derrame, mediante un cerraje hermético. Ni siquiera dando vuelta el recipiente. Segunda, que esta tapa, cubrirá al pico. De ésta manera, nuestros labios nunca harán contacto con un pico manoseado por algún plebeyo roñoso, alguna manada de jabalíes, o el hijo de Palópulos, que siempre se anda tocando el prepucio.
- Qué bárbaro – Respondió enérgicamente el sabio. Oreste no pudo contener la sonrisa.
- ¿En serio? Oh gran maestro. Sabía que su sabiduría iba a avalar mis pensamientos.
- No no, digo qué barbaro que sos vos. Sos un bárbaro. Rajá de acá. Ni siquiera sé quién sos, me venís a hablar boludeces.
- Soy Oreste, hijo de Salzazarón, descendiente de Olindo el grande, conocido de Roca y Cherneasky. – El sabio rompió en carcajadas. Oreste se indignó, intentando manetener la neutralidad en su cara.
- ¿Oreste? Dejate de joder. ¿Qué es ese nombre? Dejate de joder…
- Pero estamos en Grecia. Acá, mi nombre es perfectamen..
- ¡Silencio, hijo de varias golfas y un hombre confundido! ¡A mí no me vas a venir a hacer la mayéutica.
- Me parece que mi idea no merece esta clase de calificativos, oh maestro- En ese mismo momento, Oreste supo que, cómo diríamos 2.500 años después, “había meado fuera del tarro”.
- ¡Jorgeee! – Se apuró a gritar Pelotóteles, alterado. El mozo se hizo presente una vez más. Trató de serenarse por última vez - Traele una cicuta al joven. Y la cuentita, por favor.
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