martes, 30 de diciembre de 2008

Secretos y alegrías de un inadvertido móvil pop

Muchos somos los que acostumbramos trasladarnos en transportes públicos, escenario de tantos acontecimientos socio-psicológicos de nuestra particular fauna porteña. Siendo viajar una actividad tan desprovista de méritos y heroísmo, uno tiene la posibilidad de avocarse, por inercia, a un sinfín de actividades que convierten al chabacano “bondi” en un camuflado centro cultural rodante. Este comité ha desarrollado una investigación basada en métodos empíricos. La misma, llamada secretos y alegrías de un inadvertido móvil pop, arroja las siguientes conclusiones:

Cinco grupos aderezan nuestra estadía en el panlactalforme receptáculo móvil.

1- El Reinado de la Ambigüedad
Hasta los ojos de la mente menos brillante podrán notar la inamovible presencia de un señor de camisa celeste, ubicado en el ángulo izquierdo frontal. No derramaríamos grandilocuencia al reconocer que la carencia de este individuo, anularía el resto de las actividades, ya que en el eventual caso de su falta u omisión, el resto del grupo de pertenencia quedaría innegablemente intransportado. Éste hombre es uno de los pocos –sino el único- que permanece en el colectivo durante todo el trayecto. En rarísimas ocasiones se baja, aprovechando alguna luz roja, a proveerse de insumos a un kiosko, generando un sentimiento de vértigo y acefalía en todos los tripulantes, quienes, llenos de incertidumbre, reparten miradas intranquilas en busca de una respuesta que no se hace presente hasta el retorno del rey.
Tiene varias características que lo diferencian ventajosamente de los demás: es el único que posee silla con suspensión, con vista a la ventana grande. También es el único que realmente se siente lo suficientemente cómodo como para calar algún nombre propio en los espejos superiores, el escudo de su club de fútbol y alguna foto de un objeto preciado –que hasta a veces del mismísimo colectivo-. Lo que lo termina de coronar es su exclusivo acceso al tablero de comandos desde el cual dirige actividades de suma importancia. Así y todo, también hay que considerar que este señor es la única persona que no esta yendo ni volviendo de sus responsabilidades, sino que el ir y venir es su responsabilidad. Esto lo hace rey y esclavo, y el colectivero se sentirá bien o mal de acuerdo al optimismo de su percepción, según vea “un bondi mitad lleno, o un bondi mitad vacío”.

Siendo el primer personaje inalterable en cantidad, el resto se verá afectado por variables blandas como ser: línea de colectivo, día y horario del viaje, circuito a desplazarse por, condiciones climáticas, régimen de gobierno, y tantísimas otras. Esto nos prohíbe generar cifras que describan o aproximen la generalidad de estos comportamientos.

2- Lo indescifrable detrás de una mirada perdida
Hay un hecho: la condición de pasajero, no demanda más que el importe del boleto. Una vez abonado, uno se siente invitado simplemente a existir, sin otra exigencia. Léase: no hacer nada. Pero detrás de no hacer nada, hay una gran fábrica de cognición, que maneja conceptos de lo más variados.
Veremos una fachada en común, y es la de un hombre o mujer colgado. Pero en su interior ésta persona podrá estar: replanteándose la evolución humana desde un punto de vista antidarwineano, planeando las actividades a realizar durante el resto del día (ida), sacando el balance de dichas actividades (vuelta), echando agudas miradas a culos bien torneados y añorándolos (hombres), mirando culos bien torneados y envidiándolos (mujeres). Hasta algunos audaces de politemáticas mentes, pueden realizar varias o hasta todas estas actividades en distintos momentos del viaje, quizá hasta intercalándolas con intervalos somnolientos.
Sólo el protagonista de dichos pensamientos tiene la respuesta al enigma detrás de lo indescifrable detrás de una mirada perdida.

3- La percepción del singular fenómeno capítulo-parada
Sucede que, habiendo cesado la persecución ideológica, nadie prohíbe el ingreso de material de lectura al transporte. Esto es aprovechado redondamente por muchos privilegiados que no sufren de la famosa “migraña por lectura en movimiento”, fenómeno acaso magnificado por la presencia del malicioso adoquín.
El material en cuestión es por demás generoso: desde El Ingenioso Hidalgo de Don Quijote de la Mancha de Miguel de Cervantes hasta Súper Chistes 3, de Pepe Muleiro. También encontramos a quienes, por gusto u obligación, se avocan a leer y subrayar –a veces únicamente subrayar- pilones de fotocopias de variable espesor, con clara intención de estudio.
También sucede que, sea cual fuere el objeto de lectura, nuestro sentido visual se avoca por completo al mismo, quedando no disponible para alertarnos cuando llegamos a destino. Ante este evidente conflicto, desarrollamos un arma lúdica: el capítulo-parada. Esto consta en generar un patrón de relación cuasi constante entre la cantidad de material leído y la distancia recorrida. Los más escépticos y racionalistas buscarían fórmulas matemáticas para justificar el fenómeno. Si bien algo nos dice que tenemos que bajar, es de nuestro agrado suponer que no hay tales fórmulas, y que el fenómeno se rige por leyes desconocidas y está viciado de azar. Allá ellos.

4- Mi colectivo
Radio, walkman, discman, minidisc, reproductor de mp3, i pod. Nos sobran herramientas para que la música nos acompañe en nuestro trayecto. Pero esa música siempre fluye por el parlante más egoísta: el auricular. Ese elemento, que sugiere singularidad por donde se lo mire, es todo menos colectivo. Un par de adminículos que detienen la corriente en el mar de las relaciones interpersonales con una tácita y violenta declaración: “no me vengas a hablar porque no te voy a escuchar”. Ni quien porta los auriculares podrá tomar la iniciativa verbal, dada la dificultad que implica establecer un volumen adecuado de habla, situación que generalmente desemboca en el abrupto gritoalpedo.
Quienes carecen de sentido comunista, con frecuencia gustan de ufanarse haciendo alarde de su privilegiada situación mediante movimientos de mímica y/o baile, que resaltan a grosso modo su membresía a un club – no club. Esto ocurre dado que el escuchar música los hace parte de un grupo del que no podrán formar parte, justamente porque están escuchando música.

5- Mesías del asfalto
¿Qué tienen en común una medivacha Cocot, un expirado chocolate Hamlet, unas pilas Durahcel, un paquete de sahumerios, un set de biromes de colores, un portadocumento único, un triple y una tijera cortatodo? Sí, el origen chino. Pero no sólo eso. Hay una persona. Hay un envíado. No contento con no pagar, es el único que pretende descender con un saldo positivo, y para ello hace lo que nadie. Este hombre se para ante la ahora audiencia involuntaria y hace algo que únicamente él, en carácter de personaje que entra y sale de nuestras vidas sin alterarlas, puede hacer: habla a todos. Sí. Este análogo Almirante Irizar, rompe el más sólido de los hielos: el silencio colectivo, esa mezcla de consabida y cómoda indiferencia. Ésta irrupción catapulta preguntas a manantiales, tales como ¿Quíen es este hombre? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? ¿Dónde consigue lo que me ofrece? ¿Para quién trabaja? ¿Realizará aportes jubilatorios? ¿Qué onda?
Que todos nos preguntamos es tan cierto como que nadie nunca le pregunta nada. Cualquier auto-respuesta no sobreviviría ante el más naive de los análisis. Un ser que con una predisposición inusual a la charla, del que nos preguntamos cosas y del que nunca las sabremos. Sabemos a ciencia cierta, únicamente aquello que podemos comprobar con simplemente observarlo, que no es poco. Es capaz de engolar su voz hasta la caricatura, de atar una media al caño en el techo, estirarla y clavarle una aguja al tiempo que recita sus cualidades. Todo esto, mientras lucha contra las aceleraciones y desaceleraciones del móvil en cuestión. Lo que le falta en dentadura, le sobra en equilibrio. Un experto en su materia. El único y breve momento sincero que tiene, es en el que no nos habla, para tener una hermética conversación con El Rey, que a veces se limita a contestar sólo con asentimientos y negaciones con la cabeza. Dios sabe qué será el contenido de esos comentarios. Nunca lo sabremos. Probablemente sea lo mejor.

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