martes, 30 de diciembre de 2008

Charlie

Todos los que integramos el pelotón 302, también conocido como “Los jaguaretés de brooklin”, “los neckless reckless”, o por algunos pocos como “los pizza-pizza boys”, recordamos aquel episodio. Como todo norteamericano sabrá, en la guerra de Vietnam, se usaban nombres código para los enemigos. Por ejemplo, los Woogaseieieiekie, ejército de norviednamitas, eran llamados “Peter”. “Thomas” era el nombre que le dimos a los Kioskoatu, sanguinaria escuadrilla fluvial que tenía la dañina tradición de atacar en kayaks de una persona equipados con metralletas, cosa extremadamente difícil a la hora de remar y disparar simultáneamente. Debido a esto, generalmente terminaban haciendo actos de kamikaze involuntarios.
También, debido a la diversidad de los grupos, y subgrupos, a veces era propicio y necesario apellidarlos, para su mejor identificación y organización de un adecuado método para erradicarlos. Por ejemplo, estaban los Yakitzumatosikei ala norte y los Yakitzumatosikei ala sur. Los primeros contaban con morteros, granadas y tanques antiaereos, mientras los segundos se equipaban con espadas de esgrima, macanas y diversas armas blancas. Inclusive llegamos a ver a muchos de ellos corriendo hacia nosotros, gritando, moviendo frenéticamente en el aire cortaplumas victorinox con todos sus usos abiertos, y con clara intención de hacernos daño. Es por eso que no podíamos ponerles sólo un nombre a los Yakitzumatosikei, y empezaron a ser “Arthur y Mary Ann Phillipson”.
No era raro encontrarse atrincherado y escuchar el grito de “el escribano Terence Duncan, su mujer Emily van a hacer una fiesta. Y parece que invitaron a Jessica Kensington”. Clara señal de que estabamos en problemas.
Algunas veces, cuando atacaban los Tsetmutzotei ala sudsudoeste, anunciaban “se aproxima el Doctor James E. Oldingale”, y mientras todos cargábamos nuestras M-16, algunos heridos distraídos, salían felices de la trinchera, sosteniendo trozos piernas en sus manos , o viceversa -según el caso-, al grito de “¿Qué hay de nuevo doc?”. Una milésima de segundo después, sus cuerpos ya mutilados eran embalsamados con plomo vitnamita. Aún hoy podemos apreciar sus caras de sorpresa en el “Rhode Island Musseum”, donde estas obras fueron transladadas.
Ustedes se preguntarán por qué les cambiabamos los nombres. Para responderles, la MNEU (Militar Nicknames Explanation Union) elaboró una serie de fundamentos más que convincentes. Me gustaría compartir con ustedes algunos de los que, a mi juicio, son los más elocuentes:

1. Memorizar los nombres de las brigadas vietnamitas lleva tiempo. Es preferible que ese tiempo sea utilizado para correr, brincar muros y arrojar pedazos de melón en cestos de basura distantes, a modo de práctica para el lanzamiento de granadas.
2. El tiempo que tarda un soldado americano en enunciar un nombre cantonés, es el mismo que tarda una ráfaga de 34 balas de uzi en ingresar en su cabeza. En cambio, en elucidar un nombre bisílabo en inglés, el mismo soldado recibiría solamente 9 balas.
3. Al decir nombres en cantonés, se corre peligro de que el soldado finalmente adquiera la fonética vietnamita, y sea confundido con el enemigo. O lo que es peor, podría empezar un diálogo con vietnamitas, y darse cuenta de que en realidad ellos tienen razón, que USA queda lejísimos y Vietnam no tiene por qué pertenecerles. Preferimos que el sodado average siga sin comprenderlos y que los vietcongs sean esos freaks que hablan raro y tengo que matar.
4. Porque ponerles a los vietamitas nombres de americanos es so fucking hilarious.

Así y todo, el pelotón 302 tenía un claro enemigo. Y ellos eran los “Charlie”, el ejército vietnamita más sanguinario. Todos teníamos nuestros oídos adiestrados, y cada vez que escuchabamos “Charlie”, una gota fría recorría nuestra espalda. Esto representó quizás un problema para el cabo Charles W. Mainslyn, el rookie de la brigada. Afortunadamente, y desde el principio de la guerra, todos lo llamábamos simplemente “Hey”. Un joven desalineado pero obediente, que en sus ratos libres solía escribir cartas a su difunta abuelita en , Greenbow, Alabama. Era más bien introvertido, pero obendiente, repito. Siempre dispuesto a enmendar las costuras de los paracaídas. Rara vez se lo veía masturbándose. Un buen chico. Poco a poco, tuvo ocasión de salvarle la vida a un soldado de su mismo rango, al cual un vietnamita le estaba apuntando en la cabeza, a punto de darle el tiro de gracia, cuando “Hey” lo interceptó y lo amenazó para que no lo hiciese. “Yut Mi” respondio el vietnamita, lo que significa “No me hagas nada, estaba jugándole una broma pesada a tu amigo. Si me dejas ir, prometo hablar con mi general y terminar de una vez por todas con esta guerra. Y quédense con Vietnam. Al fin y al cabo ni lo queríamos, pero somos orientales engreídos y hacía mucho que no ibamos a una guerra como en los viejos tiempos. Si me permites, tengo aquí mismo una espada samurai que me gustaría obsequiarte…”. En ese momento, Charles le disparó en la cabeza. Primero porque sentía miedo, y segundo porque pensó que el vietnamita le decía “Shoot me”, y sentía genuino miedo de desobedecerlo. Era un soldado obediente, insisto. Así fue como John Somerset Gerkins quedó agradecidísimo con Charles. Empezaron a tener charlas entre batalla y batalla, y descubrieron que tenían varios gustos en común. Eran amigos. Amigos en la peor circunstancia, ya que era un momento muy tenso y estabamos cerca del ataque de Charlie. Solían quedarse haciendo la guarda a la noche, y se turnaban para dormir. Una noche tranquila, Charles estaba haciendo la guardia, y a John le tocaba dormir. Pero decidió buscar su petaca de licor The Great American, para conservar el calor en esa noche tan fría. Sorbió de ella, y extendió su brazo, ofreciéndola a Charles, que estaba haciendo guardia aún despertándose, y algo distraído. “hey, Charlie” le dijo John. Charles, al escuchar “Charlie” levantó la cabeza bruscamente, y le disparó en el estómago a John, que cayó al piso retorciéndose del dolor. Charles se dio cuenta de su error, y asistió a su amigo al instante. John lo miraba con ojos vidriosos, cuando la sangre empezaba a brotarle de la boca.
- Oh John ¿qué he hecho? Sigue respirando. Sólo respira.
John respondió entrecortada y comprensivamente:
- Estaré bien, Charlie.
Charles desenfundó rápidamente su revolver y le disparó nuevamente a John, esta vez en la cabeza. Había escuchado “Charlie” otra vez.
- ¿John? No me hagas esto.. no te vayas. Sigue respirando. Sigue respirando.
Pero sabía que John estaba muerto. Particularmente porque había visto alguna parte de su craneo volar y caer junto a las raciones del día siguiente. “Hay que tener cuidado que nadie las confunda”, pensó en su interior. Pero en realidad, tenía una congoja de la que nunca se podría recuperar.
Una vez terminada la guerra Charles fue enjuiciado por la muerte de John. Plantearon que el culpable fuera el ejército por la terminología enseñada. También se culpó a los padres de Charles, Red y Rose Mainslyn, unos granjeros de Oklahoma que declararon que “los granos de avena son pequeños y nutritivos, y el sésamo no corresponde a la tapa de hamburguesa, realmente”. Ellos fueron absueltos. Un silencio se produjo cuando el acusado principal se sentó para la interrogación. Iba a ser una de las sesiones penales más complicadas de la historia del ejército norteamericano.
- Sí, yo lo maté. Pero yo le había salvado la vida antes.
- Ah. Inocente, entonces. – martilló el juez, mientras sostenía una botella de jerez en la mano que le sobraba.

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